La ultima carga
Repartidos por el refugio habían varios montones de comida con los que cualquiera podría tener una ultima cena las
veces que quisiese.“Por lo menos moriremos con la barriga llena.”Pensó
Antonio viendo a sus compañeros comer. Algunos conversaban tranquilamente en
pequeños grupos mordisqueando fruta fresca y engullendo caras conservas. De no
ser por el polvo acumulado en sus ropas, las heridas vendadas y la desolación
general podrían pasar por convidados a una fiesta pudiente.
Carlos vino del cagadero con una sonrisa en la cara a pesar de tener un
brazo inútil sujetado por un improvisado cabestrillo. Un machetazo casi se lo
había arrancado de cuajo. También renqueaba de una de sus piernas herida por una lanza.
-¿Qué cara me tienes amigo? Quiero que borres esa expresión de tu
rostro.- Carlos zarandeo a Antonio con su brazo bueno. - Acabo de dejar un
pequeño hombrecillo de barro. Vaciar las tripas es uno de los mayores placeres
de la vida. Si no has ido a hacer de vientre te recomiendo que lo hagas antes
de que nos toque otra vez.
Antonio pensó que la próxima vez bien podría ser la ultima. El
regimiento estaba reducido a menos de la mitad y cada carga que hacían se pagaba con la vida de los
compañeros. Federico, el maño, el gitano, los hermanos López. .. Detuvo su
lista mental para que no sentir la desesperación de la perdida de los que había
llegado a considerar familia.
- Dame uno de tus cigarros y disfrutemos de otro de los mayores placeres
que podamos tener. No se en que pensamientos andas, pero de nada servirá
hacerte la mala sangre. – Dijo Carlos. Sin esperar reacción y con la confianza
que se procesaban como hermanos le cogió del bolsillo de la casaca uno de sus
cigarros.
En el otro extremo del refugio se organizaban civiles preparándose para
salir. A lo largo del día venían asustados supervivientes. Algunos escoltados
por compañeros, otros llegaban por su propio pie después de haber estado
ocultados en el asalto inicial. Su única posibilidad de salir con vida seria
alcanzar la base del monte. Para ello tenían que organizarse en un grupo
compacto y ser muy ligeros. Y sobre todo dependían de que el regimiento los
cubriera. Él, Carlos y los demás, el único grupo organizado que no había huido
en desbandada. Formarían cubriendo los huecos como pudiesen y saldrían allí
fuera, al camino, a ser el blanco de los montañeses apostados que dispararían
en cuanto los tuviesen a tiro. Y ellos cargarían, espolearían sus caballos
educados para la guerra, cargarían directamente contra ellos y combatirían como
animales arrinconados que eran. Cuando estuviesen en el cuerpo a cuerpo, el
grupo de civiles tendría su oportunidad de escapar de aquel tremendo desastre
infernal.
Sentía que habían hecho incontables cargas durante una eternidad. Como
almas condenadas por siempre en un infierno de bestias, aceros y fanáticos
montañeses. Pero llevaba la cuenta exacta, tanto él como todos sus compañeros.
Podría referir cada detalle de cada de una de ellas. Cada golpe o herida,
recibida o infringida. Cada vuelco al corazón de ver la muerte tan cerca de él.
Cada compañero que cayó en algún momento de una de ellas.
- Mira traen mas cosas a los montones. A ver si hay algo interesante. –
Carlos rió. – Acabo de hacer hueco en el estomago y con una mano no consigo
encender este maldito cigarrillo. De todas maneras me parece que no son buenos
para la salud.
El que llevasen mas comida significaba que el grupo de supervivientes
había terminado de organizarse para salir. No podían ir cargados y el exceso de
alimentos recopilados quedaban allí, al alcance de cualquiera de ellos. Pronto
les tocaría salir de nuevo a la carga. Carlos vino con dos frutas fresquísimas,
lo que hasta esa mañana hubiese supuesto un caro lujo allí.
- Come una de estas antes de que nos llamen a formar.- Dijo Carlos
ofreciéndole a escoger una de las piezas. Antonio cogió una mandarina , la pelo
mecánicamente y desgranando los gajos se llevo uno a la boca. Estaba fresco y
delicioso. Le pareció que era lo mejor que había degustado en su vida.
- ¿A que esta rica? – Pregunto Carlos al ver la sonrisa que se había
formado en la cara de su compañero.
Antonio no podía ni responder ni reprimir su expresión de goce. Allí, en
el fin de su mundo, tal vez en los últimos minutos de su vida, reía como un
niño en compañía de su amigo.
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