Hachas a la luz de la luna





La luna llena iluminaba con más intensidad que si fuese mediodía en unos colores que resultaban no ser tales.

- Te has quedado embobalicada hermana.- Dijo Nekane apoyando su callosa mano en el hombro de su amiga.

- Es que el paisaje es muy bonito.- Dijo Izar.

- Es la tierra, nada mas.- Dijo Nekane.

- Hermanas.- Eguzkine llego junto a ellas jadeando. Intentaba mantener bajo el volumen de su voz, pero su excitación la traicionaba.- Lo he encontrado, el Tartalo esta durmiendo a pierna suelta debajo de un roble retorcido.

-¿Lo has visto y no le has abierto la cabeza?- Pregunto Izar.

- Bien que me hubiese gustado, y que me partan los rayos si no he tenido que hacer un esfuerzo por contenerme. Pero deberías de saber que tipo de mal bicho estamos persiguiendo.- Dijo Eguzkine.

- Debemos de atacarle las tres juntas. Nuestro golpe ha de ser conjunto o estaremos destinadas al fracaso.- Intervino Nekane.

Se miraron fijamente entre ellas, los ojos de las tres brillaban a la luz lunar como si unas llamas blancas ardieran en ellos. En sus caras se mezclaban la determinación y el cansancio. Durante tres días con sus tres noches habían estado buscando por las tierras.

- La fuerza de ese monstruo es algo que no debemos menoscabar, hermanas mías.- Nekane suspiro.- Aun se tendrá que ver que aunque le demos muerte podamos contarlo todas nosotras.

- Aunque me vaya la vida: darle muerte al monstruo he.- Dijo con determinación Eguzkine blandiendo con fuerza su hacha.

- Aunque me vaya la vida: darle muerte al monstruo he.- Repitió Nekane haciendo lo mismo que su amiga.

- Matemos a ese mal bicho hermanas.- Dijo Izar agarrando con fuerza su propia hacha. Los filos de las tres destellearon en blanco durante un momento.

En silencio se internaron por las trochas siguiendo a Eguzkine.

- Lo encontré por el olor.- Susurro esta a sus compañeras. Al hacerlo percibieron el olor dulzón de la carne asada. Las tres apretaron los dientes conteniendo la rabia.

Llegaron al campamento del Tartalo. De su hoguera aun se podrían avivar las brasas. Del árbol cercano colgaban trozos de la ultima niña que el Tartalo raptó del pueblo.

- ¡No esta aquí hermanas!- Advirtió Eguzkine al ver la raída manta vacía.

-¿Me buscabais furcias? – El Tartalo apareció entre ellas clavando su enorme cuchillo en el vientre de Eguzkine. Su horrible mueca de sadismo se mudo en sorpresa cuando la muchacha se aferro con fuerza a su brazo para que no pudiese usar el arma contra sus compañeras. El Tartalo retorcía su cuchillo pero Eguzkine no aflojaba su presa.

Nekane le ataco, pero con un solo movimiento de su brazo libre el Tartalo desvió el golpe y la cogió del cuello. Nekane también soltó su hacha para usar sus dos manos y todas sus fuerzas para evitar que aquella garra le aplastase la tráquea.

Izar aprovecho para golpearle en la cabeza como nunca antes había golpeado. El sombrero del Tartalo salió volando y el hacha de Izar se incrusto en el cráneo hasta que uno de los ojos se convirtió en un huevo aplastado. El ojo sano se clavo en ella con un odio demencial. Los dientes del monstruo rechinaban intentando morderla. Sin embargo sus amigas, aun heridas de muerte, no dejaban que el monstruo pudiera moverse.

Una tenia las tripas en el suelo, la otra tenia el cuello roto y desgarrado pero para sorpresa del Tartalo seguían agarrándole con una fuerza extraordinaria. Izar desclavo el hacha y golpeo de nuevo. Y golpeo otra vez, y otra, y otra. Nunca ningún leño le llevo tantos golpes de cortar. Estuvo golpeando durante toda la noche o la suma de todas ellas. Golpeo por todas las almas perdidas y devoradas por el monstruo. Golpeo por sus moribundas compañeras.

El Tartalo mientras le quedo un trozo de boca no paro de blasfemar en lenguas extranjeras. De llamarlas vacas y furcias, de maldecirlas a ellas, a sus ascendencias y a sus descendencias.

Tras una eternidad de golpes de hacha la cabeza del Tartalo había desaparecido repartida en pedazos por todo el alrededor. Su tráquea silbo con violentos borbotones de sangre antes de que flaqueasen sus piernas y cayera, por fin, inerte al suelo.

Los ojos de Eguzkine y Nekane brillaron una ultima vez a la luz de la luna con orgullo para con su hermana Izar antes de que se velasen para siempre.




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