FUEGUITA - Capitulo 1
1
Los brazos le colgaban
por fuera del alfeizar de la ventana. Media cara se le había dormido al
contacto con la piedra. Con los ojos entrecerrados contemplo el anaranjado sol
descendiendo entre las montañas. Nunca antes un atardecer le había parecido tan
largo, nunca antes había estado esperando a que llegase la noche para poder
escapar.
Sus ojos se cerraron
del todo y su boca se curvo en una sonrisa: era la princesa cautiva en la torre
de marfil. Adela intento dejar volar su
imaginación con esa idea pero era muy consciente de que estaba en un viejo
almacén de piedra acondicionado para vivir. Era la única en la familia con un
cuarto para ella sola. Su abarrotada habitación tenia dos ventanas, la ventana
a su espalda, la que daba al norte, estaba a cinco pasos de la casa de sus
padres. Por la del sur, donde languidecía asomada, la altura parecía mayor ya
que el bancal de la carnicería pasaba justo por debajo. La planta baja era un
salón con cocina donde se reunía la familia para comer y cenar. Su tío Triskelión
se había instalado allí un par de estaciones atrás. Al anciano se le hacía
insoportable las humedades de su casa cueva. Sin embargo ni ella ni sus
hermanos habían notado nada de eso en las ocasiones que habían ido a recoger
algo a la casa del anciano.
Casi todos los libros del anciano estaban en
el almacén, ya fuera en la planta de abajo o en el cuarto de Adela. Los había
leído todos varias veces. Los únicos que le faltaban por leer eran unos manuales
de diplomacia que le había prestado su maestra, la Señorita Muna. Durante la
tarde pensó repetidas veces en sumergirse en su lectura para aligerar el paso
del tiempo, pero su estado de nervios y excitación era tal que solo podía
permanecer asomada a la ventana haciendo fuerza para que el sol se pusiera lo más
pronto posible. Era consciente de que con esa aptitud lo único que conseguía
era que el tiempo transcurriese aun más despacio.
No estaba prisionera,
podría bajar por la escalera y salir a los caminos. Pero invariablemente Triskelión
iría con ella. Los últimos motivos para ello: incursores vanzios que merodeaban
por los alrededores. Antes de eso bandas de caraperros que operaban por el rio,
con anterioridad una plaga de avispas gigantes muy venenosas, y así una excusa
tras otra para impedir que pudiese estar sola en ningún momento. Adela no podía
entender por qué tanta vigilancia con ella, ninguna de sus amigas era virgen
ya. Cualquier joven de su edad, incluso más pequeños, una vez cumplían con sus
obligaciones en la escuela o en la casa eran libres de salir a cazar, pescar o
simplemente jugar. Sus amigas hacían mucho de eso con sus novios en diversos
rincones del bosque. Cada vez era más remarcada la sensación de que se estaba
perdiendo algo importante.
Una sonrisa asomo a su
cara cuando volvió la cabeza por encima de su hombro para contemplar la talla
que le había regalado su novio Brandan. Sus padres se escandalizarían si
supieran que ella lo consideraba así. Su novio, un novio con el que se había
besado a escondidas en los breves intervalos que podían quedar a solas. Un novio
que le traía dulces caseros. Libros de poesía ligera cuya lectura les divertía
horrores. Tallas de madera que hacia el muchacho cuando salía a pastorear. La
mejor de ellas la tenia colgada encima del cabecero de su cama: una escultura
de la diosa Inue, la Señora de las Espadas. Se sentía orgullosa del talento que
demostraba su amado en el bien elaborado tallado que había realizado. La figura
estaba muy trabajada: las espadas gemelas, la sobrecargada armadura que cubría
la mitad del cuerpo de la diosa, la otra mitad desnuda cuyo rostro se asemejaba
al de la propia Adela. Un detalle con el que había pretendido adularla y con el
que lo había conseguido. Cuando todos
estuviesen dormidos se escaparían, no para siempre, solo durante esa noche. Al
pensar en todo lo que tenían planeado hacer juntos hasta que amaneciera Adela
sentía inflamarse sus mejillas de rubor.
Los rojos y naranjas
en las montañas y el cielo se habían transformado en morados y grises. El sol
se había escondido al fin y pronto los restos de su fulgor desaparecerían del
todo para dar paso a las anheladas estrellas. Podía escuchar como en la planta
de abajo discutían Triskelión y su hermano pequeño Ras. El pequeñajo no quería
irse a dormir, era de esperar que estuviese tan inquieto a pesar de que ya era
su hora para acostarse, Adela lo había atiborrado a dulces durante toda la
tarde. Era parte de su plan que el pequeño agotase al anciano Triskelión para
tener la oportunidad de poder escapar a su continua vigilancia.
Sus padres y sus
hermanos estaban en el otro edificio, ellos no presentarían ningún problema
para su escapada. Pronto se acostarían a dormir, la luz del sol era la que marcaba
sus horas de sueño. Adela se había despedido de ellos por la tarde, después de
su concienzudo baño, anunciando a todos lo cansada que se encontraba y las
ganas que tenia de dormir.
-¡Adela! Voy a subir.-
Triskelión desde abajo anunciaba sus intenciones. Siempre lo hacía, el anciano
mostraba mucho respeto hacia ella, pero no por ello era más leve su vigilancia.
Tenía que cerciorarse de que ella estaba allí ¡Como si pudiera salir volando
por la ventana! No obstante en el meticuloso de Adela plan algo parecido a eso
estaba pensado.
La joven abandono su
puesto en la ventana y se metió en la cama sin hacer ningún ruido. Fingió estar
profundamente dormida cerrando los ojos y exagerando su respiración. Oyó como Triskelión
llegaba al umbral de su cuarto, el olor a tabaco se mezclo con el de las flores
frescas que tenia repartidas entre los libros. Podía notar como los claros ojos
del anciano la contemplaban, por un momento Adela creyó que Triskelión
descubriría su engaño. Entonces escucho al anciano bostezar y farfullar unas
buenas noches antes de volverse y bajar las escaleras arrastrando los pies.
Adela se mantuvo en la misma posición un buen rato, hasta que el silencio se
hubiera enseñoreado de todo de no ser por el continuo chirriar de los grillos.
El sueño real vino a ella pero solo tuvo que recordar la cita con Brandan para
que los ojos se le abriesen como platos.
Con el máximo sigilo
abandono su cama y agachada, casi reptando, se asomo muy despacio por las
escaleras que daban al piso de abajo. Con la cabeza en los primeros escalones
de arriba y atisbando entre las barras de la barandilla pudo ver a Triskelión y
a su hermano pequeño Ras durmiendo a pierna suelta en el sillón grande. Los
ronquidos de los dos eclipsaban el chirrido de los grillos. El agotamiento
había podido con ellos y se habían quedado fuera de combate. Arrastrándose
hacia atrás Adela volvió al interior de su cuarto. No podía salir del edificio bajando
al primer piso, la sala, y usando la puerta de la calle. El anciano se
despertaría, su nivel de alerta era muy alto, quizás lo normal en un veterano
de guerra como él. Adela contaba con ello, por eso previamente, antes de ir a
bañarse había puesto la escalera del establo cerca de la ventana. Se puso su
único vestido y colgó las sandalias buenas de sus hombros.
Volvió a asomarse a la
ventana, se cercioro de que no había nadie mirando. Al igual que sus padres los
habitantes de la Vaguada se regían por el horario de la luz del sol, de esa
manera no pudo ver a nadie por las veredas. Asomo todo su cuerpo poniéndose en
peligro, se sujeto con las piernas al quicio de la ventana para no caerse.
Estirando sus brazos al máximo alcanzo la escalera acercándola para poder bajar
por ella. Resultaba mucho más pesada y complicada de manejar desde la incómoda
postura en que se encontraba de lo que había previsto. Afianzar la escalera le costó
varios intentos de levantar y arrastrar que le dieron la sensación de hacer un
escándalo considerable. Varias veces se volvió esperando encontrar la figura
del anciano mirándola severamente desde el umbral. No fue así, de hecho si aguzaba
el oído podía escucharlo roncar.
Sudaba, jadeaba y el
pecho le dolía aun antes de poner un pie descalzo en el travesaño de la escalera. Su cara tensa fue cruzada por una nerviosa
y eufórica sonrisa. Le parecía una locura todo el plan que tan perfecto le
había parecido hasta unos minutos antes. La escalera estaba demasiada pegada a
su pequeña torre, caería hacia atrás y a la altura de los dos pisos había que
sumarle la profundidad del bancal de abajo. Moriría virgen a diez pasos de su
casa. No permitiría que eso ocurriese. Sin soltarse del alfeizar hasta el último
momento bajo con los pies todo lo que pudo, los travesaños crujían
estruendosamente. Triskelión la esperaría abajo con aquella cara que ponía que
significaba “¿Qué demonios haces muchacha?” Con una lentitud desesperante y el
extremo cuidado de no mover más de una extremidad a la vez, pie, pie, mano,
mano, pie, pie, mano … El contacto con el suelo la sorprendió. Desde abajo no
parecía tan alto, en realidad no era mucha la altura. El corazón le latía como
un tambor y su sonrisa se ensancho más aun.
Estaba sola, era
libre, la noche era suya y Brandan la esperaba. La luna refulgía como un
centenar de teas iluminando los campos con aloes, tomillos y jazmines. Respiro
profundamente aspirando los olores como si fuera la primera vez que los
percibía. No podía decir que era lo mas maravilloso que había olido en su vida
porque también se juntaban los efluvios que venían de la carnicería y el de las boñigas de los
caballos, sin embargo se sentía mareada por la emoción. Evitando los caminos
sentía como los matojos crepitaban deliciosamente bajo sus pequeños pies. Era
consciente de que las sandalias rebotaban en su hombro pero era incapaz de
detenerse para ponérselas. Su vestido conservaba la frescura y la suavidad de
la ultima lavada. Debajo de él no llevaba nada. Había estado dos horas en la
bañera, su hermano Ras le había estado
llevando uno tras otro cubo de agua hirviendo a cambio de los bollos de azúcar.
Después había estado untándose de aceites en todo el cuerpo hasta dejar toda su
piel suave y perfumada, como la de una sacerdotisa. Y así se sentía, dispuesta
a ofrendar su virginidad a su amado.
Brandan
la estaría esperando en el mirador, estaría tan excitado como ella. Si le
preguntase lo negaría, pero su cara le daría a entender todo lo contrario.
Podía leer las expresiones del muchacho mucho más fácilmente que algunos de los
libros que habían caído en sus manos. Otra de las cosas que hacían que lo
adorase: a sus ojos el chico era más claro y cristalino que la nieve en
invierno.
El
mirador solo se usaba los sábados y los domingos que hiciera buen tiempo por
los músicos aficionados organizándose así los bailes que muchos habitantes
esperaban con deleite durante toda la semana.
El resto del tiempo era un lugar de reunión para los más jóvenes de la
Vaguada. Entre las tareas se acercaban unos y otros para compartir los
chismorreos, historias y rumores propias de sus tempranas edades. Aquella noche
estarían solos Brandan y ella y pretendían hacer algo que daría mucho de qué
hablar entre los suyos si así lo quisieran.
Al llegar el corazón
le dio un vuelco. Adela no vio a nadie en la estructura de madera. Subió los
tres escalones y atisbo en la plataforma interior. Brandan no había llegado, y él
no tenía ni la mitad de dificultades para salir de su casa que todas las que
tenia ella. Apoyándose en la barandilla aguzo el oído en la noche en calma.
Solo podía oír sus propios jadeos y los sonidos de las alimañas nocturnas. En
su cara había desaparecido la sonrisa y el ceño se le fue frunciendo de manera
peligrosa. Peligrosa para Brandan. Antes de poder enfadarse escucho unos pies
incapaces de andar en silencio acercándose a sus espaldas. Antes de poder
volverse con la sonrisa recuperada fue agarrada por detrás. Ahogo un grito involuntario y no
supo que reconoció antes de él: sus manos firmes apretando su cuerpo, la boca
besándole el cuello o el olor del muchacho. Apretado contra ella notaba la erección
de Brandan a través de sus pantalones contra su fino vestido. El muchacho
estaba tan excitado como ella, los dos jadeaban como perros en celo. Sus bocas
se buscaron para besarse con ansia. Sus cuerpos se dejaron caer al suelo de
tablas del mirador.
- No lo rompas.- Atino
a decir Adela refiriéndose a su vestido.
Brandan dejo de tratar
de desnudarla y se puso a forcejear con su propio pantalón. Ella se quito el
vestido arrojándolo a un lado. Quedo desnuda y sus pechos brillaron a la luz de
la luna. El chico tras un instante de fascinación se abalanzo sobre ella. Ella
lo abrazo con fuerza, lo deseaba con una intensidad que la sorprendía. Brandan arremetía
ansiosamente pero no parecía atinar resbalándose entre sus piernas “¡Luna! ¿Tan
mojada estoy?” Con un largo suspiro calmo sus respiraciones agitadas. Con
suavidad cogió el palpitante pene y lo guio hacia su interior. Él busco su
mirada aprobatoria, ella le sonrió asintiendo, había esperado mucho por ese
momento.
Una lechuza salió
volando desde un ciprés cercano. Al penetrarla sintió como si su cuerpo explotara
en un éxtasis de sensaciones. No podía habérselo imaginado de ninguna manera. Pero
no era solo la sobrexcitación. Era el calor. El calor abrasador. El repentino olor
a carne asada le alarmo sobremanera. Brandan estaba gritando de dolor y repentinamente
se aparto de ella.
El muchacho estaba envuelto
en llamas. Su grito ensordecedor era de pura agonía. Decenas de pájaros
cercanos asustados imitaron a la lechuza huyendo al cielo nocturno. Los pilares
del mirador estaban ardiendo, las plantas enredadas en ellos crepitaban antes
de caer para desintegrarse al rozar el suelo de tablas ennegrecidas. Estaban en
el centro de un intenso fuego. Adela se incorporo y al extender sus brazos hacia él las llamas
cobraron una mayor intensidad. Ella era el foco del fuego. Estaba sumergida en él,
sin embargo no se quemaba. Solo sentía un leve calor y frente a ella la sangre
hervía en la garganta de su novio ahogando su alarido agónico. El fuego era tan
violento que se mantuvo en pie mientras su piel se ulceraba y reventaba y se
vaporizaba. El chico con quien quería casarse se convirtió en un esqueleto
carbonizado con los ojos derretidos. Sintió horror de sí misma al notarse
salivando ante el olor dulzón a carne asada y corrió hacia el rio. Gritando
pidiendo socorro. En cada una de sus zancadas dejaba un llama que se extendía
devorando todo lo inflamable
con que se encontraba.
Fue a la orilla donde
estaba la barquita de Sam. Dentro había un caldero. Con solo cogerlo la
embarcación se prendió en llamas. Al acercarse al agua esta empezó a hervir y
soltar vapor. El cubo de latón se deformo y se derritió entre sus manos. Adela
desesperada continuo gritando. Brandan había
muerto. Ella lo había matado. Ella era fuego pero no se quemaba. Notaba las
llamas a su alrededor. Quemaba todo. Calcinaba la tierra. La arcilla de la
orilla se endurecía como los cantaros en un horno. Lloraba gritando apretando
los brazos contra si misma, sin saber cómo parar lo que estaba pasando. Lloraba
lagrimas de fuego. ¿Qué podía hacer? Refreno el impulso de volver a casa, los
quemaría a todos. ¿Por qué el fuego? La desesperación la embargaba de una
manera casi física. Y aun así experimento cosas que no había sentido nunca.
Ella era fuego y el fuego estaba en todas las partes. Los seres vivos eran
llamas, grandes o pequeñas. Sin necesidad de usar sus ojos (de fuego) sintió
una multitud que la rodeo manteniendo una distancia de tres cuerpos. Sin verlos percibió que estaban casi todos los
habitantes de la Vaguada. Sus padres, Sarisa, Tolmen, los Blure al completo.
Zincon le apuntaba con su amenazadora ballesta de cazador. Trolein por su parte
apretaba los dientes mientras empuñaba su guadaña de guerra. Los demás llevaban cubos. Nadie se acercaba. Sentía
sus miedos, ella era un monstruo.
-Adela.- Triskelión,
sudando, se aproximaba despacio hacia ella.
Con el brillo de las
llamas las arrugas en la cara del anciano eran más profundas que nunca. Su mano
adelantada la ofrecía en un gesto de ayuda, con la otra se volvió hacia todos los
demás y les hizo un violento gesto de silencio. Todos estaban hablando y
gritando a la vez. Adela solo fue consciente del insoportable griterío cuando
se callaron ante la imperiosa señal del anciano. El silencio solo se vio
perturbado por el crepitar del mirador en llamas. “La tumba de Brandan” Adela volvió
a llorar, con rabia. La voz del viejo le fue llegando a través de sus sollozos.
- Adela. Cálmate. No
es culpa tuya.
-¿Cómo que no es culpa
suya?- Bramo Zincon. – Brandan es un cadáver calcinado, Sarisa dice que su
hermano había..
-¡Cállate!- La voz del viejo adquirió un tono que no admitía
discusión. El cazador callo, tan asustado como los demás. El anciano veterano
se mostró como el terrorífico hechicero de combate que había sido. Tras una
profunda respiración Triskelion volvió a ser una amable anciano y se encaro
hacia la criatura de fuego que ahora era Adela. – Cálmate niña. Respira despacio,
no pienses en nada más que en respirar. Cada vez mas despacio.
-Pero .. yo ... Brandan.
- Adela balbuceaba contemplándose las
manos compuestas de llamas entrecruzadas entre si. ¿Cómo podía ser eso?
Triskelión siguió calmándola
con palabras amables. Era tranquilizador para ella escuchar su cascada y
familiar voz. El anciano, a pesar del intenso calor que ella desprendía, se le
iba acercando. Insistiendo en la respiración, en que se calmase, que
descansase, que durmiese. La idea de dormir en ese momento la encontró absurda
y a la vez deseada. El murmullo de las palabras del anciano dejo de tener
sentido para ella pero parecían disipar su horrible angustia. Fue entonces cuando perdió la conciencia.
Al despertar Adela lo
primero que se formo en su mente fue el deseo de que todo hubiera sido un
sueño. Pero no estaba en su cama. Estaba en la casa cueva de Triskelión, olía a
polvo y libros viejos y no había ningún tipo de humedad. Al lado de la litera
donde se había incorporado, sobre un taburete, había pan y una gran jarra de
agua. El remedio universal del viejo para curar todos los males. Cogió la jarra
y bebió, se le hizo un nudo en la garganta. Pensó en Brandan y la angustia la
convulsiono. Ella lo había convertido en un esqueleto quemado. Noto el calor
creciente a su alrededor. “No otra vez no.” Las llamas volvían a recorrer su
piel. La jarra se hizo añicos al caer al suelo. ¿Estaba destinada a destruir
todo lo que le rodeaba? ¿Por qué? ¿Era un monstruo? Con su nerviosismo
aumentaba la intensidad de sus llamas. No quería quemar la litera. Ni los
libros repartidos por la estancia. Ni siquiera las estúpidas tramas de mimbre
que habían colgadas en las paredes. Tragándose el nudo de la garganta respiro
fuerte e intento calmarse. La calma le permitió centrar su atención de nuevo en
sus manos. Fascinada advertía como ella no se quemaba, sin embargo su fuego era
mas potente que el que podría generar una antorcha. Solo tenía que agarrar un
travesaño de la cama para resecarlo, carbonizarlo y hacerlo ceniza. La litera
se le vino encima. Con un golpe de rabia su fuego se intensifico de igual
manera. La estructura de madera golpeada por las altas temperaturas se deshizo.
Adela no sufrió ningún daño. Al comprender lo que representaba su furia la
avivo conscientemente. Su fuego se incremento de la misma manera. En un
instante la casa cueva se había convertido en el interior de un horno recocido.
Solo quedaban unas finas cenizas de todo lo que había albergado en su interior.
Adela se sintió mal. Escucho a alguien tosiendo arriba. Cuando se despejo el
humo distinguió la silueta de Triskelión recortada en el umbral.
-¿Comprendes que lo
puedes controlar?- Dijo Triskelión.
-¿¡Cómo!?- Y con su
exclamación una lengua de fuego salió despedida acompasando su ademan hacia el
viejo que apenas logro esquivarla dando un paso hacia atrás.
-¡Tranquilízate
muchacha! Puedes controlarlo. Controla tus emociones.- El anciano desviaba su
mirada de ella desde fuera del umbral de la casa.
-¿¡Como quieres que me
controle!?¡Ni siquiera eres capaz de mirarme a la cara!
- Adela, niña: estas
completamente desnuda. Ante todo mucha calma, tranquilízate, cálmate por favor.
Cuando lo hayas hecho sal afuera, estaré esperándote. Aquí mismo te dejo una
capa para que te cubras. No la quemes- El anciano arrojo un hato hacia ella.
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