Sargento Pollo de Guerra





   El infinito silbido de las bombas. Las estelas de humo que se elevaban tras las explosiones. Los incesantes destellos que precedían a los mortales proyectiles. Todo ello era percibido con una intensidad abrumadora. Todos los sentidos se abrían, se magnificaban, sin posibilidad de elección al horror. 


   Nunca antes, ante las cosas buenas de la vida, había prestado tanta atención. Con tiempo suficiente se olvidaría del sabor de la cerveza tomada en las terrazas de su pueblo natal. Pero nunca podría olvidar la visión del pecho, que subía y bajaba, del novato. Herido e inconsciente yacía en medio del campo de batalla. Seguía vivo en el centro del infierno. Solo era cuestión de instantes que algún puto trozo de metralla le volase la cabeza o un grupo de balas lo dejase como un colador.


   El Sargento tenia la total certeza que la imagen del novato muriéndose le acompañaría el resto de lo que le quedase por vivir. Jamas podría perdonarse a si mismo que no intentase lo imposible por uno de sus pollos.


   Cacareando obscenidades y maldiciones salio de su trinchera al rescate.

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